30 de junio de 2012

Océano, mar


Un libro que leí hace un tiempo, y sin duda pasó a ser uno de mis preferidos.

 En un momento de Océano mar se menciona que hay tres tipos de hombres: los que viven frente al mar, los que se internan en el mar y los que logran regresar, vivos, del mar, y eso es, justamente, lo que intenta reflejar, de todas las formas y perspectivas posibles, Alessandro Baricco. Porque Océano mar solo pudo haber sido escrito a partir de una obsesión. Obsesión por abarcarlo en todas y cada una de sus dimensiones. Observarlo, sumergirse, ahogarse, salir de él, y observarlo otra vez. 
     En este encuentro con el océano, Baricco nos presenta dos personajes que conviven en una posada y que, al igual que él, están motivados por una obsesión: un pintor que intenta retratar una y otra vez el mar con el agua de este mismo. Día tras día, hasta que anochece, hasta que el nivel del mar se eleva y lo cubre casi por completo. Y un profesor que pasa el tiempo buscando los límites del océano para acabar su Enciclopedia de los límites de las cosas.
     Tenemos, también, una joven acompañada por un sacerdote, que ha viajado hasta la posada Almayer para deshacerse del terror que la invade y que le impide vivir; un hombre que observa y que está siempre a punto de matar; niños que atienden esta posada, acompañan a los personajes, conceden sueños, observan el mar.
    Por otro lado, una balsa en el medio del océano, repleta de gente aferrándose a ella para sobrevivir. El mar y el viento norte. El mar, la oscuridad y el horror que entrega espacio a la verdad -¿por qué las cosas sólo llegan a ser verdaderas en la dentellada de la desesperación? 
    Baricco, mediante una especie de écfrasis, logra retratar de tal forma esta escena del naufragio, que no puede sino recordar La balsa de la medusa de Géricault, con esos hombres y mujeres abandonados cruelmente a su propia suerte, aferrándose a la vida. Estamos, pues, en medio del océano, sumergidos y viviendo el horror de sentir la muerte cerca, de ver el mar y sentir su incesante danza. De sentir que el peligro ya no viene del océano, sino de los propios hombres.

El mar danza, pero lentamente.
Ni plegarias, ni gritos, nada.
El mar danza, pero lentamente.
¿Querrá contemplar mi muerte?

     El autor vuelca sobre las páginas un sin fin de historias que podrían ser muchas más. Porque para este la historia de un hombre que nunca ha vivido fuera del océano -como Novecento- debe ser contada, así como la historia de un hombre que solo se para frente al mar para retratarlo, o la de una mujer que va al encuentro con el océano por orden de su marido. O porque, simplemente, gracias a Baricco nos percatamos de que toda forma de relacionarse con el mar está cargada de tanta belleza que merece ser narrada.


“Aunque me hiciera un daño insoportable, lo que deseo es vivir.”

”La verdad es siempre inhumana”.

”Lo hermoso que sería si, para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien - un padre, un amor, alguien - capaz de cogernos de la mano y de encontrar ese río - imaginarlo, inventarlo - y de depositarnos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adiós. Eso, en verdad, sería maravilloso”.

”Pero su propia vida le había enseñado el imprevisible valor terapéutico de la exactitud. [...] Era el medicamento que, disuelto en cada sorbo de su vida, mantenía alejado el veneno del desvarío”.

”El desconcertante descubrimiento de lo silencioso que es el destino cuando de repente estalla”.

-“A veces me pregunto qué es lo que estamos esperando desde hace tanto tiempo.
Silencio.
-Que sea demasiado tarde, madame
”.

”Sensación maravillosa. De cuando el destino finalmente se descubre, y se convierte en un sendero inteligible, y huella inequívoca, y dirección exacta”.

“El destino no es una cadena, sino un vuelo, y bastaría con que tuvieras ganas de vivir verdaderamente para hacerlo”.

”El mundo exterior sigue ahí. Hagas lo que hagas seguro que siempre volverás a encontrarlo. Es increíble pero es así”.

”Uno tiene sus sueños, cosas suyas, íntimas, y después la vida no quiere seguir jugando contigo, y te lo desmonta, un instante, una frase, y todo se desvanece. Suele ocurrir. Por esta razón y no por otra vivir es una tarea dolorosa”.

“A lo mejor este planeta, y todo lo que hay en él, flota en el aire sólo porque hay muchos Bartlebooms  (fulanitos) por ahí, ocupados en mantenerlo en su sitio. Con su ligereza. No tienen cara de héroe, pero mantienen el garito en marcha”.



Y el que para mí supone el diálogo estrella.


La escena la componen dos personajes: Bartleboom, un extravagante estudioso del mar, y Dood, un niño que está continuamente en el alféizar de la ventana de la habitación de Bartleboom. El primero en romper el silencio es Bartleboom:
        - Visto que siempre estás aquí…
-Mmmmh.
-Tú quizás lo sepas.
- ¿Qué?
- ¿Dónde tiene el mar los ojos?
- …
- Porque los tiene, ¿verdad?
- Sí.
-Y ¿dónde narices están?
- Los barcos.
- Los barcos ¿qué?
- Los barcos son los ojos del mar
Bartleboom se quedó de piedra. Eso sí que no se le había ocurrido.
- Pero si hay centenares de barcos…
- Es que tiene centenares de ojos. No pretenderéis que se las apañe con dos.
Efectivamente. Con todo el trabajo que tiene. Y tan grande como es. Había sentido común en todo aquello.
- Sí, pero, entonces, perdona…
- Mmmmh.
- ¿Y los naufragios? Las tormentas, los tifones, todas esas cosas… ¿Para qué tragarse entonces esos barcos, si son sus ojos?
Hasta un tono de cierta impaciencia tiene Dood cuando se vuelve hacia Bartleboom y dice
- Pero vos… ¿es que vos no cerráis nunca los ojos?



1 comentario:

  1. Me han dado ganas de leerlo y todo... buen diálogo final, lobo de mar :D

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